LA EUFORIA Y EL SILENCIO


 

Aún recuerdo el hormigueo constante en el estómago como un sentimiento imborrable de aquellos días, esa sonrisa tonta que se dibujaba en mi cara mientras cargaba con cajas y cajas de aquellos sueños que, por fin, se hacían realidad.

 

Es imposible olvidar los nervios de última hora, el titubeo de mi voz al hablar con los proveedores, el temblor de mis manos al colocar el último estante y el brillo en los ojos de mi familia, que me miraban orgullosos por aquel gran paso, mientras el olor de la pintura mojada impregnaba la sala que ellos mismos me habían ayudado a matizar.

 

Guardo en mi recuerdo muchas de las emociones que viví el día de la inauguración. Todo el espacio que había pasado incontables horas imaginando, diseñando y después, creando, se llenó de gente. Se llenó de aquellos amigos que me abrazaban con fuerza, de mi familia orgullosa, de algunos curiosos e incluso, de algunos desconocidos que pasaban por aquella pequeña y encantadora nueva librería en el barrio y que quizá, se contagiaron de la atmósfera especial que habíamos creado.

 

Recuerdo salir un instante a contemplar mi gran sueño desde la calle, sujetando una copa de vino y observando mi pequeña librería repleta de gente. Sentí que había alcanzado la cima de mi existencia.

 

Pero la ilusión y la euforia de esos días, como la espuma de una ola en el mar, comenzaron a retirarse lentamente, dejando a la vista una triste orilla solitaria.

 

Esos primeros meses tan solo fueron un espejismo de buenos deseos que lentamente fueron desapareciendo, descubriendo que, en realidad, los clientes habituales se contaban con los dedos de una mano y las ventas, apenas podían cubrir el alquiler. Me pasaba largas horas en soledad en aquel espacio en el que se mezclaba el olor a cuero, papel y tinta con un ambientador de naranja y canela, mientras leía y comprobaba que la caja registradora seguía estando vacía, las deudas se acumulaban y las facturas seguían entrando por debajo de la puerta.

 

Hoy, mientras bajo por última vez la reja de lo que fue mi gran sueño, solo puedo notar las lágrimas recorriendo mi rostro al comprobar una de las realidades más amargas de la vida y, es que a veces, los sueños más anhelados, se desvanecen al tocarlos.

 

Montserrat Mozos Recuero

Atras