Todo acabo en ese instante, amarga letanía, tropel de palabras baldías, muy profesional y sin mirarle a los ojos, con tono frio e impersonal el médico juro que jamás caminaría.
Que portazo del destino, a sus diecisiete años solo tuvo tiempo de jugar y perder su partida con la vida, ya no vive solo permanece, mañanas huérfanas, pasa la tarde y de luto la noche ocupa su puesto, así hoy y mañana y pasado mañana y al día siguiente, siempre.
Asomado a la ventana puede ver a jóvenes aprendices de atletas corriendo, saltando entrenando y él, anclado en la silla de ruedas llora por sus raíces de acero, llora por el viento pasajero, llora, llora…
Pero una tarde, anodina como todas sus tardes, ese caprichoso destino que había marcado las cartas para que perdiera la partida la puso ahí, una chica quizá de su edad de carrera ágil y melena batiente, ojos azabaches y sonrisa valiente; esto cambio su vida. Al día siguiente y a la misma hora la volvió a ver y así todos los días, la vida le había regalado un aliciente, el fin de semana se hacía eterno anhelando el lunes para abandonarse en esos ojos azabache. En su imaginación le miraba y sonreía y a veces en un alarde de osadía le lanzaba un beso a través del aire que le hacía sentirse vivo.
No hay fuerza mayor en el mundo que la voluntad humana, movido por su amor secreto, contraviniendo al profesional de tono frio e impersonal se juró que correría.
En la impunidad de la noche abandona la silla de ruedas y se aferra a las muletas su nuevo báculo, el pétreo silencio solo se rompe con cada caída, un paso caída, dos pasos caída y así innumerables pasos e innumerables caídas, muchos silencios rotos y algunas lágrimas, pero ninguna de cobardía.
¡A sus puestos! truena la voz del juez pistola en mano, nervios a flor de piel, su corazón tambor redoblando en el silencio sabe que hoy se la juega, suena el disparo y la ve, esta delante, van pasando los kilómetros ya falta poco y empieza a desfallecer, pero ella es su quinto aliento, sacando fuerzas de flaqueza se pone a su lado, ¡hola! y dibuja una sonrisa con los pinceles del alma, no me conoces, pero te aseguro que has cambiado mi vida, te propongo un trato.
Francisco Carrasco Bastante
Atras